Thursday, December 22, 2011

Cursos de etiqueta de un galán de pueblo


Si buenas….

Hace rato que no hacia una aparicioncita por estos lares (no es que me haya olvidado de susmercedes ni mucho menos, sino que a veces hay tanto que hacer que esta memoria ya no nos da…), pero dados los eventos de la tarde de ayer se me hizo absolutamente imperativo compartir la siguiente experiencia con los lectores de este humilde blog.

Vea, una cosa es uno andar enredado en los rincones más recónditos de la ciudad capital (un hobby de yours truly) y otra muy diferente es aventurarse en un pueblito situado en el corazón del eje cafetero, llamado Calarcá (para darle más caché [no tiene nada que ver con la capacidad de procesar información de manera más efectiva en un PC] hay algunos que se refieren a éste como Calarcho City). Para aquellos que nunca lo habían oído nombrar (cosa que me parecería un insulto a la historia de nuestro país ya que Don Cacique Calarcá fue uno de los Pijaos más berracos que resistió la conquista española en aquellos diciembres), Calarcá queda a 7 minutos de Armenia – capital del departamento del Quindío.

Suficiente de geografía e historia colombiana ahora si venga les comento.  Dado a que sufro de una leve adicción a la gastronomía criolla, particularmente a esas ricuras que solo se consiguen en los rincones secretos de nuestro país (eso incluye el Old John, un whiskey destilado en el prestigioso sector de Soachington, Cundinamarca, el cual hasta la fecha no ha producido dos botellas que sepan de igual manera. Aun asi es una delicadeza que vale la pena probar), a veces mi paladar es el responsable de que me pasen las cosas que me pasan…

Fíjese que ayer paseaba yo muy tranquilamente por la llamada 25 (el equivalente a la Boyacá, la Carcass o la avenida 19 en Bogotá) a eso de las 2:15pm con un hambre de los mil demonios cuando empezaron a debutar frente a mis ojos varias vitrinas, las cuales ofrecen una pieza de pollo broaster al módico precio de $1,000 COP (o sea, 50 centavos de dólar – ¡Amo este país HP!). Ahí sí, ¿Quién dijo yo? (Por cierto, me interesaría muchísimo saber de dónde se deriva esa palabra, ya que en pikinglich se dice breaded, ¿no?)

Me dirigí hacia un local, el cual tendría aproximadamente 15 metros de largo por 2 metros de ancho (me imagino que detrás de la nevera en donde se guardan las gaseosas se encontraba la cocina, pero no me consta nada, o sea que lo que le diga es mentira) y encontré una mesa desocupada. Me atendió un señor, al cual le pondría unos 60 años,  quien tomó la orden. La verdad yo pedí una pechuga y una pierna pero no sé cómo, mágicamente, llego una sola presa  que no era ni una pechuga ni una pierna; era como el híbrido de las anteriores.

-NOTA BENE: después de haber comido danta, boruga y jabalí en el Amazonas, una ya se limita a no preguntar qué es lo que se está comiendo, así que ¡venga pa’ca pollito! NOM NOM NOM…-

Esta ala no me la comi ayer, pero es solo una pequeña y suculenta muestra del pollo que se consigue por estos lares.

En fin, procedí a devorarme mi trozo de ave de la manera más prudente posible (por ahí dicen que el que muestra el hambre, no come; por ende, ante la duda, abstente) cuando sentí unos ojos encima de mi camisa marinera. Noté que, dos mesas hacia mi izquierda, se encontraba un caballero que no me quitaba la mirada de encima. Me imagine que de pronto detrás mío había un calendario del prestigioso diario bogotano, El Espacio, o en su defecto una foto del Sagrado Corazón de Jesús (Una nunca sabe…), lo cual estaba llamando la atención. Para mi desgracia no me acompañaban ninguna de las anteriores. Todo lo contrario, la única estampa en esa pared era la de la Virgen del Agarradero en mi mente… Aun así, como he aprendido a ignorar esta clase de episodios, dado a que sólo casualmente representan un peligro, seguí saboreando esa mano de grasas extra-saturadas de mi pollo.  

Cabe destacar que mi unidad de medida ante el peligro ha sido determinada por mis experiencias de vida en el Polo Norte;  lentamente esta medida ha sido reformada por nuevos hábitos que sólo se adoptan cuando uno pasa un tiempo en una ciudad como Bogotá y está dispuesto a meterse a donde sea.  Para salir ileso he aprendido que se debe andar con cara de ñampira para que no se metan con uno. Por ende, al notar que el señor de la mesa aledaña no dejaba de mirarme fijamente, hice cara de ñarrea educada y pretendí que no me había dado cuenta de su morboseadera.

Mi cara de ñarria - Wharever fader :)

Al terminar, para acompañar mi deliciosa y deforme presa, me trajeron una 7UP en botella de vidrio de lo más criollo (cute  ^.^) con un pitillito.  He ahí donde empieza el cristo a padecer… Me encontraba yo degustando esta burbujeante bebida cuando escuché un ruido el cual se asemejaba a una voz, lo cual me hizo girar mi cabeza hacia la izquierda en donde de la boca del vecino mirón salía la siguiente frase:
  • ¿Me regala gaseosa?


-indeed-

Mi expresión de incertidumbre era más grande que la incredulidad que postulaba esta pregunta en mi mente; en otras palabras yo tenía un MAJOR WTF tatuado en la frente. Respondí el interrogante con un simple ¿qué?, ante lo cual al hombre le pareció una excelente idea reiterar su pregunta:
  • ¿Me regala gaseosa?

Eliminada la incertidumbre, solo queda la incredulidad, lo cual me llevo a contestar como una epicúrea racional: ¿y por qué? Ante lo cual el mansito ese simplemente me pidió nuevamente que le regalara gaseosa, cosa que aún no me cabe en la cabeza. Aun así, como cabe resaltar que el glamour debe perdurar ante todo, le dije: “Si quiere le dejo...” Y eso fue lo que hice. Deje 1/12 de mi 7up encima de la mesa y me paré a cancelar mi cuenta. Cuando inesperadamente el ser ese se paró detrás de mí y me dijo: 
  • No, venga yo la invito…
-encore-


Y procedió a sacar una mano de billeticos azules de su bolcillo. Una vez más se notó la brotada de mi MAJOR WTF a flor de piel, lo cual me hizo contestarle: “Hm… no gracias”, mientras salía despavorida del sitio, pero sin huir como vil cobarde (Colombia te enseña que bajo ninguna circunstancia hay que mostrar miedo, porque ahí sí como dicen los tikunas: tauma – osea, pailander el inmortal).  Mientras me escabullía entre la gente, solo escuché la misma voz gritando:
  • ¡Pero déjese invitar!  

A lo cual conteste nuevamente, no gracias y aceleré el paso, no del miedo que me siguiera hasta mi siguiente destino, sino de la ira de no haber podido disfrutar mi comida y terminarme mi gaseosita.


Durante el trayecto desde ahí hasta la casa donde me estoy hospedando reflexioné acerca de lo sucedido y llegué a la siguiente conclusión: las dinámicas de los galanes de pueblo no son mi fuerte. Creo que donde yo hubiese sido ese galán, le habría comprado un pollo a la víctima y se lo habría hecho llegar con la mesera, junto con una porción de papa, o mínimo arepas extra.  Me pregunto si esa táctica de robar gasimba le habrá funcionado a alguien en algún lugar del mundo. Bueno, creo que si Gael Garcia o Georcito Clooney me dicen lo mismo, les encimo un pollo para que se lo lleven a la casa y de ahí lo que pida y mande paspis… Pero como ni Gaelcito ni Georcito viven en Calarcá ni frecuentan los lugares que yo frecuento, entonces seguiré soñando a ver si por lo menos me levanto un marrano que me regale un pollo, o me conformo con que no me robe mi gaseosa.


Y como dice la canción: Ay que orgulloso me siento de ser un buen clomboliano!

Fraulein Andrea MMXI